Soy mujer, y llámame loca pero no quiero tener hijos.
Ahora se abalanzará sobre mí una horda de gente con rostros de notable preocupación. Seguramente estarán pensando: "Pobre ingenua, es muy joven, ya se despertará su reloj biológico"; "Si tener un bebé es lo más maravilloso que le puede pasar a una mujer, sustituir su vida plagada de sueños y ambiciones por los de un bebé que berrea las 24 horas. No sabe lo que dice".
Para todos aquellos que penséis así, no os preocupéis, porque aunque no quiera tener niños, me obligan.
Y es que si ya de por sí la educación sexual en España deja bastante que desear, la decisión sobre nuestro cuerpo (el de las mujeres) ha quedado relegado a merced del patriarcado.
La nueva reforma de la Ley del aborto ha supuesto un paso más (o un paso menos, según se mire) a devolver a la mujer a "su lugar", es decir, al cuidado del hogar con un rebaño de niños gritando mientras el marido (porque claro, no se puede concebir un matrimonio entre personas del mismo sexo) se pasa el día entero fuera de casa trabajando, como en la época franquista que tanto parecen añorar estos señores caducados... Con la diferencia de que ahora el marido está todo el día fuera en la cola del INEM.
Y me remito al principio: no quiero tener hijos.
Si ya de por sí no quería tenerlos, ahora mucho menos.
En primer lugar, me tratan de imponer que tenga hijos sí o sí, aunque después los maltrate o los odie por hacerme recordar que me obligaron a parirlos cada vez que miro sus caras. Pero bueno, si les pasa algo una vez nacidos ya no pintan nada los "pro-vida" en su defensa.
En segundo lugar, no sólo no puedo decidir cuándo parir y cuándo no, sino que tampoco puedo educar a los niños como considere conveniente. No puedo inculcarles una forma de vida librepensadora y curiosa si el Estado se encarga también de seleccionar qué quiere que sepan, qué pensamiento y qué creencias deben tener (maravillosa la LOMCE).
Tercero, no estoy dispuesta a condenar a unos niños a un futuro incierto, a exponerlos como carne de cañón a una sociedad abiertamente machista y retrógrada.
Cuarto, que no me da la gana.
Y es que, a pesar de que me enerven los críos y que no sepa tratarlos, que a pesar de no tener instinto maternal y ser defensora del derecho al aborto libre, los quiero lo suficiente para no desearles un mundo así.
Pero no hay que preocuparse, porque con la alta cualificación que van a recibir las generaciones venideras en la asignatura de Religión (católica, por supuesto, como debe ser), puede que no tengan ni idea de qué es un preservativo, pero se conocerán a la perfección todos los santos a los que rezarle para no quedarse embarazadas.
*Lenore Lenoir*